El Presidente sigue confiando en su equipo económico, pero los resultados de la gestión no son los esperados.

Los funcionarios del Ejecutivo se esmeran en estos días en mostrarse calmos, transmitir confianza y minimizar los problemas resultantes del salto del dólar. Por más que ellos se sumen, ante los ojos de todo el mundo, a los que provienen de la persistente inflación, de la presión opositora contra los aumentos de tarifas y del deterioro de las condiciones externas para seguir endeudándonos. Y financiar la superación gradual y sin mayores tensiones de todos estos desequilibrios.

Puede que algo de razón tengan: cuando pase el temporal y “la volatilidad de los mercados” quede atrás, como dice Marcos Peña, tal vez se pueda ver que no fue tan terrible que el Banco Central perdiera alrededor de US$ 8000 millones de reservas, si logra más o menos rápido recuperarlas; y que tal vez no todo el aumento del dólar se va a precios, si se logra en parte revertir y en parte amortiguar con el alza de las tasas y se sigue reduciendo el déficit según el programa fiscal.
La verdad es que la Argentina está en una situación mucho más delicada que otras economías y otros sistemas políticos. La tormenta de la suba de tasas en Estados Unidos nos agarra en un muy mal momento. Por la debilidad que experimenta el gobierno frente a una oposición por primera vez en mucho tiempo unida y desafiante. Por la poca confianza de la opinión pública y de los operadores económicos en que tanto él como el Banco Central sean capaces de controlar la situación. Y por la centralidad que ha adquirido la discusión sobre la inercia inflacionaria.