Tras subir las tasas a casi 29%, el BCRA se esforzará por sacar más billetes de la calle y enfriar la economía para romper el piso de 1,5% de costo de vida mensual.

El Gobierno decidió redoblar los esfuerzos para bajar una inflación difícil de domar y llegar un poco más cómodo a la negociación de paritarias del próximo año. Las elecciones legislativas fueron el punto de inflexión e inmediatamente después se endureció la política monetaria en manos de Federico Sturzenegger, presidente del Banco Central. El giro frente a los precios es evidente. En dos semanas, la autoridad monetaria subió la tasa de referencia en 250 puntos básicos, hasta alcanzar los 28,75%, un nivel más que elevado si se toma como referencia el 38% que se utilizó para destrabar el cepo cambiario allá por diciembre de 2015. La tasa es la herramienta que utiliza para absorber pesos, encarecer los créditos, estimular más el ahorro que el consumo y de esa manera, enfriando la economía, reducir la inflación.
Los motivos que llevaron a esta decisión no sólo tienen que ver con los malos resultados de septiembre, cuando el Indec marcó 1,9%, también impactó el último aumento de combustibles de 10% que sorprendió al propio Banco Central. También está vinculada al crecimiento en octubre del circulante en poder del público, cajas de ahorro y cuentas corrientes.

El objetivo detrás de la nueva estrategia es tratar de que la inflación mensual perfore el piso de 1,5% mensual que pareciera ser duro de roer para la gestión oficial. Y llegar así con algo más parecido al 1% de cara a marzo, cuando arranca el grueso de las negociaciones salariales.
Además, de cara a lo que resta del año, habrá nuevos desafíos, la suba de tarifas ya contemplada, posibles nuevos aumentos de combustibles y se suma la compra de dólares por parte del Banco Central al Gobierno a través del Tesoro que podría ser muy superior a la del año pasado hasta alcanzar unos US$ 6 mil millones según apuntan en el equipo económico. Esto obligaría a la entidad a emitir una suma equivalente en moneda local –suponiendo una demanda de dinero constante–, que luego debería ser aspirada por medio de Lebacs.

Momento. Frente a este escenario, el Gobierno debió endurecerse. “La inflación continúa su sendero descendente pero no al ritmo que nos gustaría”, había señalado Sturzenegger al presentar el último informe de política monetaria previo a las elecciones, y para acercarse a la meta de 2018 de 8 a 12% de inflación anual, la tasa pegó un salto y en las mesas de operaciones de los bancos no descartan nuevas subas.
La preocupación oficial es llegar con “el mejor número posible en el ritmo de suba de los precios cuando los gremios comiencen a clamar por los nuevos acuerdos paritarios, porque eso ayudará a cortar con la inercia inflacionaria”, apuntan en las filas de Cambiemos.

Este año, las cláusulas gatillo que se firmaron como garantía de que los asalariados no iban a perder contra la inflación facilitaron el cierre de acuerdos. Ahí la credibilidad del Banco Central volverá a ser clave y esperan tener un panorama más despejado para cerrar paritarias con la mirada puesta en “la suba de precios proyectada”, mientras que los trabajadores reclamarán también por los puntos perdidos en el camino, según el caso.

El punto más sensible, claro, seguirá siendo la medición de la inflación núcleo, que se refiere a los precios no regulados y que todavía se encuentra muy por arriba de los objetivos del Gobierno, 1,6% según el dato de septiembre. Si bien hay cierto optimismo sobre los datos que pueda traer la entidad liderada por Jorge Todesca la próxima semana sobre las cifras referidas a octubre, “sin un reajuste del torniquete no se lograrán resultados”.

Las esperanzas oficiales de llegar mejor posicionados a los próximos reclamos salariales están también sustentadas en que “todo lo que no ayudaron las tarifas este año jugará a favor en 2018, cuando tal vez cerca de mayo se termine con el grueso de la actualización”, señalaron funcionarios de Cambiemos a PERFIL.